Siempre hablamos de software libre y de software privativo, diciendo que el primero es mejor, a nuestro modo de ver, que el segundo. Vamos a ver por qué:
¿Que es el software libre?
Es el software que respeta la libertad de los usuarios y fomenta la solidaridad social con su comunidad.
El software libre permite ejecutar el programa como quieras, modificar el código fuente para que se adapte a las necesidades de cada usuario y permite añadir mejoras para luego distribuirlas a los demás, contribuyendo así a la comunidad del software libre.
Los usuarios tienen el control de sus sistemas, del funcionamiento de los programas y de la información de privacidad que genera y envía.
Con el software privativo los usuarios estamos atados a un sistema cerrado el cual no podemos adaptar a nuestras necesidades. Además, el código es cerrado y no se puede acceder a él, por lo que el usuario no sabe lo que hay en ese código, no podemos saber si hay malware, trampas, mecanismos de control, etc.
¿Por qué desconfiar del software privativo?
El simple uso de este tipo de programas crea dependencia, es decir, el funcionamiento, a veces insuficiente o anómalo, depende del creador, no podemos adaptarlo a nuestras necesidades, no pueden aplicar las mejoras que cada usuario pretenda, sería una locura, por lo que es el usuario el que acaba adaptándose al software.
Este tipo de software suele esconder funcionalidades malévolas como backdoors (puertas traseras) o sistemas de control, y no son casos aislados, es la tónica general, sabida y aceptada (solo hay que leerse los términos de uso, que nadie se lee).
Se ha podido saber cómo Microsoft o Google, por ejemplo, han escondido código a cargo de la NSA (agencia de seguridad americana), dentro del proyecto PRISM, así pues, el software pasa de servir al usuario a vigilarlo.
Windows, por ejemplo, tiene funcionalidades de recogida de datos del usuario que envía a un servidor, restringe el uso de los datos del propio usuario imponiendo cambios en el software sin previo permiso del usuario, y además tiene una puerta trasera conocida.
Un ejemplo.
No pasan una web y vemos que las imágenes están deformadas, la letra se ha corrompido al usar acentos y todo es un galimatías incomprensible.
Podemos coger el código html de esa web y cambiar las partes anómalas, adaptándolo al sistema que nosotros usamos, a nuestro equipo y a nuestras características. Ahora cuando volvemos a entrar en esa web, todo se ve bien.
Si no pudiéramos modificar el código, tendríamos que conformarnos con ver la web mal y esperar a que su creador se diese cuenta y lo arreglase por nosotros, algo que igual no sucede.